Continuando con el anterior capítulo, propondría la siguiente pregunta lógica:
¿Se puede ser ético en un entorno corrupto de una sociedad distorsionada en sus valores?
Pues yo creo que aquí está nuestra esperanza en el quehacer ético del directivo. Obviando un debate pseudoideológico y religioso que no viene al caso y que tantas dobles morales nos trae, creo más en el directivo que asume la ética de la empresa desde su ética personal.
Os propongo iniciativas para cambiar este meloso barro del pesimismo ético. Me niego a ser corrupto por no ser consciente y por eso os propongo estas ideas:
1. Crear un premio a los JEP (Jóvenes éticamente preparados). En vez de fomentar la juventud como un bien por su talento, creo que debemos incentivar al joven directivo para que se prepare éticamente. Para qué sirve el talento sino tiene una actuación ética. Porqué la ética es una “maría” de los negocios y no una materia a debatir, practicar y desarrollar. Yo siempre recuerdo las caras de aburrimiento de algunos alumnos del máster de una Escuela de Negocios cuando les explicaba los dilemas éticos del informe Cardbury, y cuando les decía que cuando trabajé en ella estuve dos días del curso de acogida hablando de historias de decisiones éticas, de no aceptación de la corrupción y ante todo, de la moral práctica para resolver dilemas sencillos diarios: los regalos de empresa, las prebendas por el puesto, etc. porque no olvidemos que lo ético no es cuestión de tamaño sino de intención. Los micro dilemas diarios son el campo de actuación de tu templanza ética. Por eso, creo que socialmente debemos dar paso a una nueva generación más preparada éticamente. Porque la ética no es un principio religioso sino una quintaesencia humana. Dios nos libre de grandes predicadores de ética y nos envíe micro conductas éticas personales en tu trabajo directivo.
2. Postular mentores éticos en la empresa. Igual que para transmitir conocimientos ofrecemos mentores a los jóvenes que acceden a un puesto, debemos utilizar referentes internos por su conducta ética. La experiencia ética es un activo empresarial que debe configurar el impulso del joven empleado. Ser mentor del conocimiento me parece relativamente fácil, es pasar lo que sabe a quién no sabe, pero ser mentor ético es contar lo que hiciste y porque lo hiciste a quién no sabes si va a vivir las mismas circunstancias. Por tanto, requiere un aprendizaje modelado desde la empatía personal. Pues no olvidemos que lo ético está muy asociado a lo emocional, entendiendo que en la emoción no se trata de describir cánones sino de contar tesituras y dilemas. Decía Anatole France: “La moral descansa naturalmente en el sentimiento”. En la ética de los negocios no hay recetas sino enfoques para trabajar una contradicción, una paradoja y, al fin, un dilema personal. Siempre recordaré la frase que dijo Felipe González tras haber gobernado: “Al gobernar aprendí a pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades”. La responsabilidad empresarial es el campo de juego de tu ética personal.
3. Premiar la confianza. La ética emerge desde el principio humano de confiar en el otro. Sin confianza no podemos ejercer una conducta ética. De ahí, que más allá de destacar al empleado por su talento debemos resaltar el talento comprometido. ¿De que vale seleccionar grandes empleados con talentos relucientes si no están imbuidos del compromiso con su empresa? Generar confianza entronca con la capacidad de predecir el comportamiento directivo por sus valores éticos. Pero no valores de palabras sino tozudos hechos históricos que han demostrado su eticidad. Como siempre Albert Einstein acierta cuando nos dice: “todo lo que se puede contar no siempre cuenta, todo lo que cuenta no siempre se puede contar”. De la confianza no se puede hacer un manual pero si se sabe cuándo se tiene o no se tiene. Tener directivos que generen confianza, empieza porque tengan confianza en si mismos y se valoren éticamente por sus decisiones personales. Pues como leímos en un libro de Peter F. Drucker: “Dirigir es hacer las cosas adecuadamente pero liderar es hacer las cosas adecuadas”. Lo adecuado se basa en lo ético y no hacer lo que los demás piensan que es socialmente ético. Recuerdo la rabia de otros directivos de una empresa pública donde trabajé cuando renuncié al derecho de elegir plaza de garaje por mi posición. Esta micro decisión hizo más en mi vitola de líder que mil decisiones empresariales. La conducta ética genera mucha confianza en tus equipos.
4. Y por último, potenciar la formación en desarrollo personal. Los buenos profesionales deben trabajarse como personas. Nadie puede ser un gran directivo sino se ha planteado su autoestima, su gestión del ego, sus envidias, sus ambiciones, es decir, se hace habitualmente su ITV personal. Muchas empresas huyen de cursos de desarrollo personal, los consideran muy lejanos a su realidad, sin embargo, es al revés, porque es la base de las grandes decisiones empresariales. Y me rebelo frente aquellas personas que dicen que la ética y la psicología se han aprendido en la infancia y que no se puede cambiar. La neurociencia con el concepto de la neuroplasticidad nos explica la novación neuronal y, por tanto, la posibilidad de cambiar y aprender nuevas formas de hacer, y por qué no, nuevas formas de ser. Aprender técnicas de mindfulness, de control personal, de aceptación empática etc. son tan válidas como un curso estratégico de un sector económico. En mi carrera de psicólogo del trabajo he visto la importancia de ser directivo más que hacer de directivo. Y está en el liderazgo de tu persona la clave para ser un gran líder empresarial. Cuantos directivos no han crecido como persona y luego les pedimos que sean éticos, pues sí, es como pedir peras a un manzano.
En fin, espero que mis argumentos se hayan comprendido. Abogar por las conductas éticas implica tener una moral de estar en casa. Impedir que los códigos éticos, como la RSC, sean eslóganes de lucimiento empresarial y, más bien, se traduzca en actitudes diarias que se desprenden de un desarrollo personal. Qué el ser persona es el mayor título que tiene una tarjeta directiva y, que siempre, la mejor construcción de tu orgullo se basa en las pequeñas decisiones éticas. Y para acabar, contaré una historia de un humilde labrador palentino que conocí en los años 70, esta persona que tenía un buen tractor, envidia de todo el pueblo, y como no quería hacer de menos a su vecino los ayudaba al anochecer sin que ellos se enteraran. Descubierto por este indolente lector adolescente, le pregunté: “¿Por qué lo haces?” Y me dijo: “¿Y lo bien que me siento?”, y en mi asombro de ambicioso joven le dije “¿por qué no dices en el bar que eres tú quién lo hace?” y me respondió con una sonrisa pícara: “¿Y lo mal que me sentiría?”. Aprendí de aquel humilde labrador una de mis frases favoritas: “Haz el bien y no mires a quién, por quién y para quién, porque el primero que se beneficia eres tú mismo”. Simplemente, espero que os sirva porque a mí ya me ha servido.
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